Caminos I. Una pista a través del bosque
No le hago asco a ningún camino de tierra, yerba, barro, piedra o nieve que cruce un bosque, denso de hoja perenne o caduca, cuajado de zarzas a los lados o pinitos incipientes, que se deslice por un valle pedregoso a la umbría de monte cubierto de brezo, o que vadee un rio lento, meandroso, o un riachuelo de rápida corriente y pedregal. Lo mismo me da si recorre la curva de nivel de un monte entre columnas de pino de Valsaín o se hunde en una vaguada imposible cubierta de hojarasca de hayas centenarias y que lentamente, a modiño que dicen los gallegos, te eleve a un collado despejado desde donde se observa un valle mayor o toda una cordillera nevada.
Si el camino se recorre de mañana y aún la bruma esconde los requiebros del paso, mejor que mejor, pero tampoco importa que los rayos de una mañana avanzada caigan de repente desde la ladera atravesando la arboleda y dejar que el mediodía te encuentre a medio camino, entre principio y el final de la tarde.
No está mal ver desde lejos un molino en ruinas o una ermita abandonada desde el camino ni pararse un momento, en un puente pequeño, silenciando la respiración, para escuchar al picapinos.
Los caminos solitarios, ignorados, medio olvidados pero no lo suficiente para que los devore la vegetación. Si se cruza uno con alguien, un saludo, sin detenerse y a seguir camino.
Tampoco importa que llueva y al principio, se escuche el chaparrón invadiendo las copas de los árboles hasta alcanzarte, abrochándote el cordón de los zapatos. Que truene poco. Y luego al escampar, se escuche el chorreo en el sotobosque.
Otoño o Invierno . Y si no te espera nadie de vuelta, ni hay obligaciones que atender e igual, acabas durmiendo junto al muro de piedra y hiedra, de un antigua iglesia, lo mismo da. El buen camino ha de andarse sin prisas, saboreándolo con las plantas de los pies.
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