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Fantasia I.

Fantasia I. Por esta carta, primera desde mi partida, sabrás que he proseguido mi camino con ventura desigual. Mi primera idea fue dirigirme al Levante con la esperanza de alcanzar el puerto de mar antes del invierno y esquivar así, las hordas de Ekwan, que desde el norte han seguido mis pasos de cerca. Sin embargo, al atravesar el valle Gemelo, presentí que las fuerzas con la que había iniciado el camino me abandonaban. Sería preciso detenerme pero corría el riesgo de ser alcanzado. Cuando cruce las brumosas tierras del bogui, durmiendo de día y viajando de noche, con frecuencia, acariciaba en mi bolsillo la esfera azul, que ajena a los peligros que sobre él se cernían, mantenía su frío equilibrio.

Las primeras nieves cubrieron los caminos, y los bosques se vistieron con un largo armiño blanco. Permanecí escondido en las cuevas de Tyrier, recorriendo sus grutas en busca de pequeños animalitos con los que apague el hambre durante el largo invierno. Por la noche, en lo más recóndito de la gruta, allí donde las paredes están cubiertas de finos cristales, encendía una pequeña hoguera y miraba al trasluz, la esfera.

Aún cubrían los hielos los caminos, principios de primavera, cuando abandoné las cuevas. Los torrentes ocultaban mi paso por la maleza con su estruendo pero temeroso que los caminos estuvieran vigilados por los Ekwan, opté por cruzar el paso de la Aguda del Corzo, a través de los Montes Pérfidos. Acabó de tres días el silencio se me hacía insoportable. Ni una brisa de aire, ni un pájaro, ni el fluir de algún riachuelo. Solo silencio y los bosques espesos. Hasta mis pisadas era amortiguadas por el grueso manto de musgo, que al alivio del monte, se abre camino hasta la atalaya de cuadrada torre que corona el paso. El sonido de una calandría y el vuelo de una gaviota me despertaron de ese silencio total, que a muchos viajantes ha enloquecido. La esfera que ha permanecido al refugio de mi mano parecía despertar de su letargo.

Alcance el puerto de Falas con una primavera exultante que esparcían el perfume que a mi paso las primeras lilas desenredaba al viento. Allí embarqué en el primer barco que quiso acogerme, aún a pesar de mi aspecto envejecido y desaliñado. Navegamos durante tres días hacia sur. Hicimos escala en Isla Ballena donde oímos noticias de piratas, que mas que nunca infectan Surka desde archipiélago de Eôk hasta el continente. Hicimos singladura con buen tiempo y buenos vientos durante dos semanas pero con tan mala fortuna que una inesperada tormenta nos apartó de nuestro rumbo, llevándonos a mar abierto, más allá, del gran océano. Todos temían el naufragio o que se acabaran las provisiones y el agua. Creo que la magia de esfera ha guiado los vientos y las corrientes marinas hasta el limite justo de nuestras esperanzas. Un día amanecimos para ver asomarse desde Levantía, las islas purpúreas que son señal de la proximidad del continente. Mas allá, la Ciudad de las Torres.

Desembarqué en la ciudad. Mi aspecto de extranjero y mi acento levantaban sospechas a mi alrededor. Permanecí varios días en la Posada de Lunas Nuevas y un sirviente que se me ofreció buscó por mi en los mercados las provisiones, una bestia de carga, todo lo necesario para una larga travesía. Canturreando tristes baladas crucé el umbral de la gran puerta de Samios y me adentré en el desierto, cuando el sol se ocultaba tras las atalayas y despuntaba al este, el rosario de la Pleyades.

Sé que el camino hasta la antigua ciudadela del humano corazón es imposible. Sé que no ascenderé las largas escalinatas que llevan a tu boca, pero si emprendí el camino fue solo por la esfera, que en la noche mas noche, mas oscura, brilla azulada entre las dunas, ajena a mis desventuras.
18/07/2005

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